
Hay una inquietud en los humanos. En algunos es luminosa y dulce con ganas de alimentar el alma y los ojos. En otros esa inquietud se manifiesta con rebeldía y desespero por ocupar un espacio, ya sea a través de la rudeza o la ignorancia de esas cadenas genéticas que arrastramos.
La inquietud nace del mismo lugar y la misma pregunta: cuáles son esas raíces, esa historia, las ganas de adivinar y conocer el tiempo, el porqué de mi color, de la forma de mis ojos, de mis miedos, de mis gustos…
La concepción de nuestro sentir, más allá de la concepción de la vida misma. ¿Es a partir de lo que sentimos que se concibe el espacio? Cómo en ese útero donde se desarrolla cada hueso, cada pedazo de piel, cada órgano que adquiere movimiento y el instinto poderoso de querer (sobre) vivir.
Soy más de animales, de garras, escamas, branquias, plumas, andares libres y de día a día. Pero debo confesar que el animal humano tiene en este momento mi atención y logra incomodar mis pensamientos, pues ha encajado con su inquietud en mis ojos y en pedazos de piel.



